No había recorrido un trayecto muy largo cuando se
le presentó la ocasión. A su derecha, por la carretera estaba una cerca abierta
y no muy lejos, a unos 400 metros se hallaba una casa.
Podía distinguir, aún en
la penumbra creciente, sombras de tanques de almacenamiento y tenía la
esperanza de que uno de ellos fuera de Gasolina. Y esta esperanza no era
infundada, pues conocía que para el trabajo de campo se requiere maquinaria,
que muchas veces necesita algo de gasolina o gasoil para funcionar. El gasoil,
o combustible diesel, es el más común para este tipo de máquinas, pero muchas
veces también se tiene gasolina, para los automóviles o los generadores
portátiles, que funcionan mejor o únicamente con esta. La cerca del fundo
estaba en sombras, pues no había alumbrado de ningún tipo, pero en la casa se
distinguía algo de luz. La puerta hacia el
terreno estaba abierta y esto le extrañó un poco, pero no le preocupó
realmente. Reduciendo drásticamente la velocidad, por si había baches en la
entrada, se enfiló hacia ella con decisión. Un soplo de viento frío se le metió
por debajo de la chaqueta, provocándole un estremecimiento leve, al cual no dio
importancia.
Tampoco había alumbrado en el camino de tierra hacia
la casa, pero la oscuridad aún no era total y además, contaba con el potente faro
de la moto para iluminarse. La casa aparecía como una construcción muy bien
hecha, elaborada con bloques y concreto, pero a medida que se acercaba esta
impresión se fue desvaneciendo.
Estaba hecha con bahareque, barro y paja
mezclados con agua para formar una especie de pasta, que se fortalece con
travesaños de madera dispuestos de forma horizontal; un material que aunque
parece frágil es en realidad muy duradero, ya que resiste bien los temblores de
tierra y la misma lluvia. El techo era de zinc, en forma triangular del que se
llama “de dos aguas”. El hecho de que estuviera hecho de metal debía hacer que
fuera algo calurosa, pero poseía una elevación sustancial, lo que haría que el
calor del sol se mantuviera arriba, mientras los que estaban dentro, a unos 5
metros debajo de este techo, se encontrarían a una temperatura relativamente
fresca y agradable. La casa tenía un pasillo o corredor a modo de porche, donde
se apreciaban vigas de madera que cumplían la función de columnas y el piso
parecía entarimado igualmente con este material.
Lentamente, David fue acercándose por el camino,
hasta que a pocos metros de la casa algo le hizo detenerse. Allí, frente a la
misma estaba un columpio improvisado, en el cual en ese momento se mecía una
niña sentada. El columpio chirriaba de forma lastimera y sonaba como un gemido
largo y prolongado, inusualmente fuerte. Las cadenas, en el sitio donde lo
sujetaban al travesaño o poste metálico horizontal parecían desgastadas y
oxidadas. El chirrido estridente se podía oír incluso por encima del retumbante
y mecánico ruido que hacía el motor de la motocicleta, fuerte incluso a baja
velocidad. La niña que se balanceaba en dicho artefacto era muy hermosa: de
piel blanca, aunque levemente pálida, y no sobrepasaba con seguridad las 11
primaveras. Su cabello negro se movía con el vaivén del columpio y combinaba
mucho con sus ojos café que no dejaban de observar al desconocido visitante, pero
sin reflejar miedo, sólo una creciente curiosidad. La pequeña andaba descalza y
sus pies apenas rozaban el suelo, estando notablemente limpios y siendo de
tamaño proporcionado al de ella, ni muy grandes ni excesivamente pequeños.
Vestía una sencilla bata de color rosado suave que le cubría la parte superior
del cuerpo y llegaba hasta por debajo de las rodillas.
- Hola – dijo ella moviendo lentamente la mano en
ademán de saludo hacia David y con una voz tierna - ¿A quién buscas?
- Hola, muchachita – respondió David desmontando de
la moto, apagándola y acercándose un poco -. ¿Está tu papá o tu mamá?
- No – fue la respuesta -. Los dos andan para el
pueblo.
A David le sorprendió gratamente la forma de hablar
de la niña. Tranquila, pausada, y con una excelente modulación, nada parecido
al hablar cotidiano del campesino, cuya pronunciación a menudo es imperfecta,
seca y cortante. Mirando alrededor notó una vez más que la casa tenía las luces
encendidas aunque aparentemente sólo en una habitación hacia la parte posterior.
Otra ráfaga de viento llegó repentinamente y trajo con ella un olor muy
peculiar, el del mastranto que tanto abundaba en las llanuras, pero también se
percibía, muy lejano, el olor de algún animal muerto. La niña no dejaba de
mirar a David, sonriéndose, aunque había detenido el movimiento del columpio apoyando
con suavidad uno de sus pies en la tierra. Ahora que estaba más cerca, sin
embargo, se acentuaba mucho más esa palidez marmórea que tenía ella, y que
contrastaba grandemente con el color rosado de su bata. Por un instante David
pensó que era por la falta de luz del sitio donde estaba y se imaginó que todo
estaría bien si hubiera más iluminación o que quizás los colores deberían
invertirse, el rosado en las mejillas de la beba y el blanco en su bata.
- ¿Volverán pronto? – volvió a preguntar para romper
el silencio incómodo que se había acentuado en el aire.
- No lo se – contestó la nena ahora apartando la
mirada y desviándola hacia el oeste, la dirección que llevaba David antes de
entrar al rancho - ¡Ya deberían estar aquí! ¿Para que los buscas?
- Es que necesito un poco de gasolina, que quisiera
comprarle a tu papá, al menos para llegar hasta San Diego - respondió colocando la llave en la tapa del taque de combustible.
- Ahh… Bueno, él podría vendértela. Pero tendrás que
esperarlo, pues él es quien sabe cómo operar la bomba.
- ¡Fino! – exclamó David sintiendo un alivio dentro
de su pecho. Recordaba que no había visto, en lo que llevaba por esta carretera
más de dos automóviles y siempre es difícil que alguien se detenga para ayudar
a un perfecto desconocido y mucho más que ceda una parte de su combustible para
que funcione una moto. - ¿No importa si los espero aquí?
- ¡Claro que no! – dijo la nena bajando del columpio
y cayendo diestramente en el pasillo de la casa - Pero deberías esperar dentro conmigo, pues
estoy enfermita y no debo estar fuera tanto tiempo con el sereno.
- ¿Y no se molestarán tus padres porque yo esté
dentro? – preguntó David sintiendo una incomodidad repentina. No quería estar
afuera, pero estar dentro de una casa desconocida, con una niña tan jovencita
podría fácilmente malinterpretarse.
- ¡Para nada! – dijo la nene con una risa – Más bien
les diré que me cuidaste y así te regalarán la gasolina.
David dudó por un momento. No era algo habitual, pero
la necesidad apremiaba. Y ahora comenzaba a levantarse el sereno, el frío
húmedo de la noche, el cual, indistintamente de su excelente chaqueta de cuero,
podría perjudicarlo. No sería la primera vez que se enfermaba en el camino,
pero si podía evitarlo, mejor para él y más aún si estaba tan lejos de casa.
Recordaba que no tenía medicinas en la moto y como la niña permanecía en la
puerta, con la mano extendida invitándolo a entrar, entonces se sacudió esas
dudas, que quizás no tenían fundamento alguno y decidió entrar con ella y
esperar en la casa.
La sala a la que entró junto con la niña no estaba
iluminada, excepto por un débil resplandor amarillento que se filtraba por
debajo de la puerta del cuarto al fondo. La chiquilla conocía bien todo lo que
estaba en este recibidor, pues no tropezó ni una vez, pero David se dio en las
piernas con una silla de mimbre. La niña, dando la vuelta lo miró y soltó una
risita fugaz y le recomendó cuidado. Luego, encendió la luz pasando un
interruptor. A aquella luz amarilla, David pudo detallar mejor a su pequeña
anfitriona, así como la estructura interna de la casa. La pequeña mediría como
un metro y cuarenta centímetros, más o menos y tenía el cabello a la altura de
los codos. Sus ojos estaban algo enrojecidos, como si hubiera estado llorando,
pero él lo asoció con la enfermedad que dijo tener. Tenía ojeras muy marcadas y
los párpados algo hinchados, quizás por no dormir del todo bien. La palidez de
su rostro y sus brazos causó más desconcierto en la mente de David ahora a la
luz de ese bombillo incandescente, pero ya estaba prevenido contra ello, pues
ahora todo lo que veía de anómalo en la chiquita lo achacaba a la enfermedad
que decía estar padeciendo ella. Sus labios, algo carnosos y protuberantes para
su edad, eran sonrosados y acentuaban mucho más la lividez del rostro.
La sala era amplia y con el techo bastante alto,
hecho de zinc pero con vigas de madera gruesa para soportar la estructura de la
casa. El suelo seguía siendo de madera, pero estaba alfombrado parcialmente.
Tres puertas más señalaban otras tantas habitaciones, aunque una de ellas
parecía dar a la parte trasera de la casa y no algún cuarto, mientras que cerca
de esta puerta había una baranda o balaustrada, como defensa de una escalera
descendente, que daría a un posible sótano. Entre el mobiliario existente, se
hallaban varias sillas de mimbre, entre las que estaba aquella con que había
tropezado David. Alrededor de una mesa de madera, había tres sillas de madera,
que servían de comedor. La cocina era parte de la misma sala y estaba formada
por la estufa de gas, varias alacenas con puertas de cristal y madera, en una
de las cuales se alineaban platos y cacharros de cocina y en la otra, productos
que no requerían refrigeración, y el fregadero, el sitio para lavar los platos
y las ollas una vez usados. No podía faltar el refrigerador, que aunque
bastante viejo y algo oxidado, todavía cumplía con su trabajo, aparentemente.
Todo alrededor estaba el olor típico de las construcciones de madera y
antiguas, que tantas veces le había agradado y animado.
La niña, luego de encender la luz, se dirigió al
refrigerador y sacando un vaso, le ofreció agua a su invitado.
-Siéntate donde quieras – le dijo a tiempo que le
daba el agua.
Él se sentó en una de las sillas de mimbre. El aire
estaba tibio aunque algo cargado, como si tuvieran una chimenea encendida en
esta parte de la casa. Era extraño sentir ese calor algo agobiante, después de
que afuera se estaba levantando el nocivo frío nocturnal. La niña se sentó al
frente, en otra de las sillas de mimbre. Sin dejar de mirar al techo, David se
tomó el agua lentamente. Esto lo refrescó un poco. Mientras tanto, la nena no
paraba de jugar con los pies, montándolos uno sobre el otro o rascando la
alfombra con sus dedos en actitud completamente juguetona.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó ella.
- David. ¿Y tú?
- Yo soy Marjugla – dijo tendiéndole la mano.
David le tomó la manita, pero sintió instantáneamente
que algo no estaba bien. La mano de ella estaba fría como un trozo de
hielo o como un pedazo de metal que ha pasado toda una noche gélida a la
intemperie. Se preocupó realmente, pues no sabía qué clase de enfermedad podía
tener esa niña. Fuera de todos los rasgos aparentemente anormales que exhibía,
ella parecía una niña muy sana. Se movía libremente y hasta con gracia, miraba
de forma risueña, se reía y se sonreía y además estaba de un ánimo muy atento.
¿Qué extraña patología podría tener esta pobre criatura? Esa pregunta rondaba
la mente de David, mientras aún sostenía la mano de la pequeña. Soltó su mano,
pero él se quedó paralizado por la confusión. Y ella pareció verlo en su
rostro, pues sólo bajó la mirada.
De pronto, un espasmo sacudió a Marjugla, quien
corriendo desesperadamente se acercó al fregadero de la cocina. Parecía estar
teniendo una convulsión repentina, que desencadenó en un vómito muy violento.
Los ojos parecían salírsele de sus órbitas y se enrojecieron mucho más que
antes. David se puso en pie y se acercó al sitio, para ayudar a la chica. Un
fluido verdiamarillento, viscoso, con trazas rojizas y negras se resumía en el
fregadero y él ayudó a sostener a la chica, desviando la mirada del asqueroso
líquido y tomando a la niña por los hombros… Mientras así la tocaba, seguía
percibiendo esa frialdad corporal que nunca había sentido o creía que podía
sentir en una persona viva. Y se preguntaba ¿qué puede estarle pasando a esta
pobre chica? Abrió la llave de agua, para que fluyera y se llevara el repugnante
líquido y Marjugla pudiera enjugarse la boca, pero el líquido tardó en salir,
luego de un prolongado ruido de succión, que indicaba cierto desgaste en la
tubería. Ella, luego de que pasaron las convulsiones de la náusea y el vómito,
se lavó la boca y pareció tranquila otra vez, sólo que más pálida que antes.
- Llévame a mi cuarto, por favor. Es el que tiene la
luz encendida- suplicó ella.
- ¿Qué tienes, niña? ¿Qué te pasa? – preguntó intentando
aparentar una calma y una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. En
efecto, quería llevársela de allí hasta el pueblo, donde pudieran darle
asistencia médica o por lo menos un transporte hasta Pariaguán o El Tigre si
era posible esto.
- Estoy enfermita… Necesito acostarme. ¡Estaré mejor
si me acuesto! – esa fue toda la respuesta que consiguió sacarle.
La llevó a su cuarto. Este contenía únicamente un
armario y la cama, así como un crucifijo en la cabecera de la misma. La ventana
estaba cerrada y provista de unas cortinas sin decorado. La acostó en la cama y
trató de abrigarla, pero no parecía entrar en calor. Se sintió desesperado.
- ¿Por qué estás tan fría? ¡¡No entiendo!! – exclamó ya al borde de
sufrir el mismo un colapso nervioso. Intentaba calentarla y nada tenía efecto.
Ella sólo lo miraba.
- Tráeme un poco de agua de la nevera. De la que
tiene hojas. Eso me ayudará.
Rápidamente fue a buscar el agua que le había dicho
ella. Recogió la jarra y retiró un vaso. El agua era de un color marrón claro y
flotaban en ella unas hojas que no pudo reconocer. Al pasar junto al fregadero,
vio que habían arañas diminutas nadando en lo que quedaba del vómito, así como
unas excrecencias amarillentas, similares a los huevos de arácnidos. Aunque el
agua seguía fluyendo desde el grifo, no se había llevado todo el vómito hacia
la cañería. Él no había visto antes esas arañas en la superficie del vómito,
cuando abrió el grifo. Tampoco había ni una sola tela de araña en la casa. ¿De
dónde habrían salido? ¡Y los huevos! Parecían palpitar como si tuvieran vida
propia. En efecto, uno de ellos reventó y salió una araña bebé de allí, que
ante sus asombrados ojos, se dilató visiblemente, como si creciera y se
agrandara.
Este horror fue demasiado para David, que no pudo
reprimir una nausea terrible. Dejando caer el frasco que llevaba se apresuró a
salir de aquella casa, buscando el sustento del aire libre, deseando no vomitar
a toda costa. Pero no consiguió evitarlo y ya afuera, cerca del columpio soltó
todo lo que llevaba dentro de su estómago estragado. Dejó que todo saliera,
pues sería peor si intentaba reprimirlo. Luego de las terribles arcadas, que
dejaron un sabor amargo en su boca, escuchó un llanto, seguido de un estruendo
dentro, como si alguien volcara de un golpe todas las sillas de la sala y la
mesa de la comida. Pero no tenía mente para preocuparse por nada más que no
fuera el mismo en ese momento. Luego de unos instantes que parecieron horas
eternas, se acentuó un silencio pesado alrededor y el pudo respirar hondo. Ya
se daba vuelta para entrar de nuevo a la casa y llevarse a la niña de allí,
cuando escuchó la voz de ella, justo detrás de él en un susurro gutural:
- No tengas miedo...
Más que susurro fue una especie de siseo, lento,
pausado, comedido, como el que usaría una persona para
calmar a otra. Lentamente se dio vuelta. Lo que vio le hizo
pensar que había perdido la razón. Creyó que estaba loco. ¡No podía ser! ¡Esto
no podía estar pasando en el mundo que él conocía, que él creía conocer! ¡¡No,
todo menos eso!!
Allí estaba el rostro de Marjugla, pálido, con sus
ojos enrojecidos, claramente visibles a la luz de la luna que se filtraba por
el pasillo a esa hora. Había llorado y las lágrimas aún bañaban sus mejillas. ¡¡La
bata rosada aún estaba entera, pero se había rasgado de la cintura para
abajo, revelando algo espantoso, que no tenía cabida ni en sus más horribles
pesadillas!!. Los pies habían desaparecido y en su lugar estaban ocho patas
peludas y articuladas, así como toda la apariencia de una araña monstruosamente
grande, toda negra y con una mancha roja intensa cerca del final del bulbo
posterior. Una hueste de arañas más pequeñas andaba todo alrededor de donde ella
pisaba. Y su cuerpo arácnido estaba parcialmente encaramado en la pared de la
casa, mientras la parte que quedaba humanoide, de la cintura para arriba estaba
frente a David, casi rozando la barbilla de él con la frente de ella.
Mudo de terror, intentó escapar de semejante
criatura de pesadilla. No pensó en las lágrimas que veía todavía en su rostro,
sino en esa forma monstruosa de araña que era de la cintura para abajo. Pero no
llegó muy lejos… Con un salto prodigioso, Marjugla se colocó entre él y la moto
y sujetándolo con sus pequeños brazos humanos, que tenían una fuerza increíble
lo inmovilizó haciéndole presa en el cuello.
- Tú eras el que esperaba – le dijo una vez que lo
tuvo en el suelo -. ¡¡Quiero que te quedes conmigo!!
- ¡¡No!! ¡¡Esto no está pasando, no es real!! – eso
fue todo lo que logró articular David en su desesperación, mientras intentaba
zafarse del poderoso agarre de Marjugla.
- Quiero que seas mío. Estarás conmigo. No pasará nada.
El dolor será sólo pasajero, luego serás como yo – ella lo tenía inmovilizado y
las arañas ya habían llegado a él y comenzaban a metérsele por la boca, por la
nariz, por el agujero del oído, por cualquier sitio que encontraran intentaban
entrar en su cuerpo.
Él seguía forcejeando, como un pez que intenta
sacudirse un anzuelo de su boca. Pero no podía con la fuerza de la criatura que
estaba enfrentando, aún cuando era un hombre en la plenitud de sus fuerzas.
Sentía como las arañas lo iban picando desde dentro, aunque él mordió a muchas
y las mató antes de que entraran por su boca. Pero eran demasiadas y comenzaron
a sofocarlo. Las arañas le llegaban por la tráquea al estómago, de la nariz a
los pulmones y al cerebro, del oído al cerebro también y por todos lados le
mordían constantemente en una forma que parecían querer devorarlo desde dentro,
sin dejar huesos, sólo la piel. Y las sentía picar y roer, una y otra vez, en
su garganta, en sus oídos, en su estómago, en su nariz, todo dentro de él
mismo, con un dolor lacerante y punzante en cada nervio de su cuerpo. Intentaba
gritar, pero no salían sonidos de su boca. Mientras lo tuviera así, no
podía hacer nada. Todavía pensando sus propios pensamientos, razonando en ese
instante que se está al borde de la muerte, forcejeando y debatiéndose
violentamente, logró desabrochar el estuche de la navaja y abriéndola con
descomunal esfuerzo, aun con las manos de la espantosa criatura en su cuello, sacó la cuchilla
y le propinó una punzada en el vientre. Ella lo soltó repentinamente,
aullando de rabia y dolor por la puñalada recibida, mientras de su herida manaba
un fluido verdoso, similar al vómito y lleno de más arañas y de huevos
diminutos. Tambaleante, y sangrando desde dentro por las numerosas arañas que
seguían mordiéndole y abriéndole los órganos internos, se acercó a la moto.
Giró la llave en el tanque de la gasolina, mientras la draña, la espantosa
criatura mitad humana y mitad araña, ese horror aberrante en que se había
convertido la bella niña Marjugla se le acercaba dispuesta a terminar con él.
Extrayendo ahora el yesquero de su estuche en el cinturón, logró encenderlo y
con un último y máximo esfuerzo físico, lo lanzó al tanque de la gasolina
en el momento en que la aberración ya estaba sobre él. Rodaron sobre la moto con
violencia, y la poca gasolina que aun quedaba se derramó, bañando a ambos, entrando en ignición en
fracciones de segundo. Al menos moriría siendo humano, y desaparecería la horrenda criatura. Así, se
enfrentaría cual fuera el destino que le aguardara después de la vida.
Agonizando por las quemaduras que estaba recibiendo alcanzó a ver como la
draña, también incendiada y aullando de dolor y furia se dirigía hacia la casa
y comenzaba a prender fuego, en su loca huída a todo lo que quedaba de eso.
Luego sintió que el dolor iba cediendo. Ya no le dolían las quemaduras, aunque
todavía podía ver su piel ardiendo y reventando en dolorosas ampollas causadas
por la combustión. Ya no sentía las mordidas internas, agudas y punzantes, de
las arañas diminutas que amenazaron con convertirlo en una aberración
horrorosa. Podía escuchar a la draña aullando, lanzando gritos desgarradores y
quemándose viva, prendiendo fuego a todo lo que estaba a su alrededor. Luego
sintió sueño… Una paz que no había experimentado excepto cuando viajaba
constantemente por su querido país. Y sin más, todo acabó.
FIN